domingo, 11 de julio de 2010

La flor del desierto


Parecía que nada alcanzaba. Desde su nacimiento hasta sus ventilargos actuales, Tania había sido la mejor. Premios científicos, literarios, felicitaciones tanto de expertos como aficionados en el arte, promedios altísimos en la escuela y en la universidad e inclusive medallas deportivas. Pero nunca el reconocimiento de su madre. Por algún motivo, patológico para mi, ésta le mezquinaba los elogios y apuntaba solo a lo que podría haber estado mejor. Ensordecida por los aplausos, lograba sin embargo escuchar la debilidad de los maternos.
De más joven, en medio de la vorágine de actividades en la que se metía, no le había prestado demasiada atención a tal falta. Hoy, a punto de convertirse en adulta y resignificando parte de su pasado, ésta se hacia sentir. La embroncaba la exagerada diferencia, la brecha enorme entre los recibido por los demás y quien la dio a luz. Pensaba orígenes, causas, consecuencias y solo encontraba posibles sentimientos de envidia y resentimiento. Aun así, esto no le servia demasiado, dado que si fuera de esta manera, solo le apuntaría indirectamente. Entendía que había tenido la fortuna de llevar a cabo muchos de sus sueños, pero no podía hacerse cargo de la supuesta falta de oportunidades de su progenitora. Se encontraba en un lugar incomodo, de insatisfacción y culpa falsa. Y callando, porque sabía que si hablaba, no le serviría de mucho. Como de costumbre y dándolo como caso perdido, recurrió a la amnesia (fallida salida cotidiana) y continuar.
Luego de unos meses sin verla, un sábado invito a su madre a pasar el día. A la tarde salieron al cine y cenaron afuera para no cocinar. La pasaron realmente bien. Quizás, porque efectivamente, Tania dejo de esperar. Opto por relajarse y emprender ese silencioso camino llamado aceptación. De su mano, nuevos significado nacieron y la transportaron a un nuevo amanecer. Muy feliz, contemplo un instante lo que parecía imposible y me lo regaló.
Por el cada vez menos común proceso de madurez, la reedición de sus éxitos o solo porque es más dar que recibir, algo se destapó. Del otro lado de la montaña de su frustración, la otra cara de la moneda se presentaba con imágenes sanadoras. Gran parte de sus logros, la precisión, la no-mediocridad, el anhelo de excelencia, lo más tenaz de su voluntad y el lado bueno de la inconformidad, se habían entrenado gracias al ojo clínico de su mama. Supo entonces que existen mensajes latentes en los manifiestos, aquellos que se velan por el conflicto o la necesidad. Lo que implícitamente su mama le había reconocido toda su vida se expresaba en la frase “Vos tenes y podes mas de lo que ven los demás”. Admitiendo su visión incompleta y muy asombrada, fue catapultada otro sitio. Y ese nuevo lugar, de llegada para su corazón, significo el abandono total de su victimización y una nueva asunción de responsabilidad. En lo que creía desierto, encontró una flor. Tímida, exótica y de valor único. No existe desierto que no las tenga.