lunes, 16 de agosto de 2010

Bajo tierra


Era mucha la preocupación de mi amiga Milva. Junto a su marido, controlaban todo el tiempo cada movimiento de la vida de su hijo Jano. El joven, de 21 años, se estaba “rebelando”, según me contaba. No se trataba aquí de vicios, malas compañías o modas ridículas. Estudiaba marketing a nivel privado y quiso trabajar al mismo tiempo. Tanto para mancarse los estudios como para comenzar a independizarse. Su novia, una chica algo madura, lo animaba a valerse por si mismo y esto aterrorizaba a sus padres. Dentro de su fortísima familiar-endogámica, cualquier indicio de desprendimiento de algún miembro, aterraba al resto de los integrantes. Como si la autogestión, el crecimiento, con la consecuente partida, amenazaran el mantenimiento de lo establecido. Su madre, al compartirme sus angustias, tenia miedo de un efecto domino. Algo así como que si su hijo trabajaba y estudiaba, poco le faltaría para querer irse a vivir solo y no consultarles nunca más nada. Como si al perder el control paterno, el muchacho elegiría, decidiría y viviría automáticamente de la peor manera. Por supuesto, no era su intención subestimar a su hijo, sino retenerlo en esa casa ideal, donde seria un niño para siempre. Y ella, junto a su esposo, eternamente jóvenes. Y así, la relación matrimonial esquivaría las crisis. Y también, porque no, no sentiría soledad ni se tendría que enfrentar a lo desconocido de los cambios de etapa. Además, ninguna chirusita liberal le lavaría el cerebro a su nene!
Debo confesar que al inicio de su relato, por dentro me horrorice. Sabia que los hijos son hermosos reflejos narcisistas para los padres y al mismo tiempo, piezas perfectas que encajan en su alma incompleta. Pero nunca sospeche hasta que punto los padres podrían cosificar a sus niños, reduciéndolos a simples objetos de pertenencia indiscutida. Me dio cierta pena que el lugar común de los hijos sea el del sentido de la vida de sus padres! Si supieran los daños que les generan!
Respire profundo y esboce lo que pude. Su Jano era un bello árbol en crecimiento. Sus frutos seguramente serian buenos, muchos encontrarían en el refugio y sombra. Y a pesar de sus tropiezos, nunca caería, a causa de sus raíces bien fundadas. Ellos, como sus padres, las habían colocado allí, a través de la educación y el amor con que lo habían criado. Muchas ideas, decisiones, elecciones, podrían posarse en sus ramas, pero nunca reemplazarían a lo que esta bajo tierra, en lo profundo y forma parte de la identidad, del cuerpo, del corazón.
Quizás solo necesitaba confiar mas en su excelente trabajo.

4 comentarios:

  1. es la verdad de la cual la familia no asume.. te qiero cuña! R. M.

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  2. increible como todos tus relatos!!!!

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  3. buena descripción de un tipo de gente, (madre) no creo que sea lo frecuente, si bien amamos a nuestros hjos que son para siempre y eso es así para siempre... recuerdo un comentario de R. Darín en el Hijo de la Novia cuando le dice a su hijita que se porte bien porque de ella no puede separarse..
    Otras madres vivimos con alegría la independencia de nuestros hijos, los criamos para la libertad, la madurez y la continuación de una nueva familia que nos prolongará, no dejamos de extrañarlos pero nos da felicidad su felicidad y crecimiento personal. Soy hija y madre

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